“Sépanlo bien: nadie puede interpretar por sí mismo una profecía de la Escritura”[1]
Quisiera empezar diciendo que aquellos que pensaban que cada quien podía interpretar las Escrituras como se le viniera en gana, están rotundamente equivocados, de hecho, esa postura no es bíblica por ningún lado. Habiéndolo aclarado empezamos…
Cuando discutimos sobre la Biblia con otras personas, especialmente cuando hay desacuerdos sobre lo que verdaderamente significa uno u otro pasaje, la gente empieza a lanzar versículos a diestra y siniestra para probar su punto. Pero antes de que lleguemos a esto, considero que habría que profundizar ciertos puntos importantes…
INTERPRETACIONES…
Nos habrá sucedido que al leer las Escrituras nos encontramos con versículos que parecen tener diferentes y posibles interpretaciones, como por ejemplo las palabras de Jesús en la Última Cena, “Esto es mi cuerpo” (Mt. 26,26). O incluso otros que parecen contradecirse el uno al otro, como “el hombre es justificado por la fe, independientemente de las obras de la ley” (Rom. 3, 28) y “el hombre es justificado por las obras y no por la fe solamente” (St. 2, 24).
Estos ejemplos nos muestran que la Biblia no siempre “se explica por sí misma”, y que ciertos pasajes requieren la decisión de una interpretación por encima de otra. Sin embargo, estas decisiones han resultado en desacuerdos entre cristianos, con respecto a lo que verdaderamente la Biblia enseña.
Ahora, digamos que escogemos una interpretación (de las tantas) sobre un pasaje específico, que es diferente a la interpretación de otro cristiano. ¿Cómo sabemos qué interpretación es la correcta? Alguno por allí dirá que experimenta cierta paz y alegría que viene como consecuencia de su relación con Cristo, y que por tanto su interpretación debe ser correcta. Sin embargo la realidad nos enseña que muy bien podríamos experimentar esa paz y aun así tener una interpretación equivocada.
Puede de repente haber otra tentación por allí, la de simplificar todo a un “esa es tu verdad y esta es la mía, seamos felices” tan típica de nuestra sociedad políticamente correcta, sin embargo, ¿significará esto que no podemos saber en realidad quién tiene la interpretación correcta? ¿Acaso el Nuevo Testamento nos enseña que Cristo fundó una Iglesia en la que sería imposible que sus seguidores sepan realmente qué creer y cómo vivir? ¿No fue acaso Jesús quien nos dijo, “y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn. 8, 32) y “Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa? (Jn. 16,13)… Está bien, dejaré de hacer preguntas lo prometo.
Mi punto es el siguiente: Si ambas personas (de diferentes interpretaciones) se justifican diciendo que han pedido iluminación al Espíritu Santo, pero aun así siguen llegando a interpretaciones diferentes y hasta opuestas, ¿quiere esto decir que Dios se contradice? (es la última lo prometo). Pero es que, si ambos confían en que Dios los lleva a la interpretación correcta, pero aun así siguen siendo diferentes, querría decir que Dios estaría guiando a todos los cristianos a conclusiones diferentes. Cuestión que es por demás ridícula y absurda, pues desdice claramente la naturaleza de Dios. Por otro lado, si sólo guía a algunos a la interpretación correcta, pues entonces qué seguridad hay de qué seas tú quien está dentro de ese “grupo”.
Creo que con este sencillo ejemplo a quedado claro el dilema en cuestión. Nosotros, los lectores de la Biblia, NO podemos ser la autoridad final de su interpretación, de lo contrario, siempre seremos confrontados por la pregunta, “¿Cómo sabes que tu interpretación es la correcta?”. Si no existe manera de salir de este dilema, la verdad es que es sumamente irrelevante discutir sobre el sentido de la Biblia, sencillamente porque nuestros argumentos serán nada más que “opiniones” o “interpretación personal”… y ya sabemos lo que piensa san Pedro con respecto a la interpretación personal de las Escrituras… a menos que no sea eso lo que haya querido decir… He aquí el dilema.
¿HAY FORMA DE SALIR DE ESTE DILEMA?
¡Por supuesto que sí! La autoridad de nuestra interpretación debe venir de una fuente que esté libre de error, de algo o alguien en el que podamos confiar absolutamente, para interpretar correctamente las Escrituras. Ese “alguien” es Jesucristo, el Hijo de Dios que resucitó de entre los muertos, y ese “algo” es la Iglesia Católica, a la cual Cristo mismo le dio la autoridad de enseñar en Su nombre.
“Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”[2]
[1] 2 Pe. 1,20
[2] Mt. 16, 18-19
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