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Foto del escritorSteven Neira

Ocho actitudes diferentes para entorpecer la Gracia de Dios


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Durante mi vida he tenido la gracia de conocer a católicos ejemplares que han llegado a ser para mí un ejemplo de virtudes humanas y cristianas, como es el caso de mis padres o mi abuela, guiándome – y muchos de ellos sin darse cuenta – hacia Dios de diferentes maneras. Sin embargo, también he tenido la desgracia de toparme con católicos, que si bien ahora ya no me escandalizan, en su momento, cuando vivía alejado de la Iglesia, eran para mí como una especie de repelente. De lo que estoy seguro es que aún lo son para muchos que, tratando de ver una entrada a la Iglesia que no sea tan pesada (como muchas veces puede parecerlo), terminan encontrándose con estas “piedras” en el camino, que en vez de ser un instrumento de la gracia de Dios, terminan siendo un muro de contención que impide el paso. Estas actitudes que presento a continuación no aplican solamente para la evangelización católica, sino para la vida en general. Desde los “no hagas eso que es pecado” hasta los “soy el centro del mundo, admírenme”, les traigo:

LOS “DON´T” QUE UN CATÓLICO DEBE EVITAR

  1. La personalidad “sol”

Cree que todo el mundo gira alrededor de él. Busca el aplauso. Es el showman en todo lo que hace y en cómo lo hace. Si reza lo hace en voz alta para que lo escuchen, si se trata de opinar el – aunque no conozca bien del tema – siente la necesidad de decir algo. Es incapaz de transmitir la luz de Cristo, porque quiere que todos los reflectores apunten hacia él.

  1. El bocón

Dícese de aquél que habla mucho pero no hace nada. Se lo identifica porque “habla bonito” pero hasta ahora todos seguimos esperando que lo ponga en práctica en su propia vida. En el fondo, trata de convencer al mundo de algo, pero ni él mismo puede convencerse, de manera que necesita decir algo siempre. Va a misa, se sienta y mira al horizonte con cara de acontecimiento, como recibiendo una revelación mística de lo alto, y al día siguiente es el trapo con el que limpian el piso de la fiesta.

  1. El globo

El autosuficiente. Todo el día está inflándose a sí mismo. Cree que es “la última Coca-Cola del desierto”. Constantemente anda anunciando por redes sociales y por los tejados todo el bien que hace. Sube fotos a Instagram ayudando a los necesitados, va llevando un historial en Facebook de las buenas obras que realiza, etc.

Por miedo a que “lo pinchen” y se desinfle, ha construido una muralla alrededor de sí mismo, impenetrable, a la que nadie puede entrar ni el mismo puede salir. Quiere controlarlo todo, y a la vez se siente constantemente inseguro de sí mismo. En otras palabras, cree que no necesita de Dios ni de los demás.

  1. El mantequilla

Todo le “resbala”. Aparenta una indiferencia total hacia lo que dicen las demás personas, como si no las necesitase, aunque por dentro se sienta muy solo y necesitado. Gusta de burlarse y aplastar a todo aquél que intente vivir auténticamente o que lo cuestione. Siempre mira las faltas del otro y constantemente ridiculiza a aquellos que son más virtuosos que el – que no es muy difícil – queriendo dar a entender que esas personas son fanáticas o que se creen santas. No soporta que alguien sea mejor que él.

  1. El “politically correct”

Quiere caer bien a todo el mundo y jamás dice nada en que puedan estar otras personas en desacuerdo. Tiene un temor tremendo a ser rechazado por lo que piensa, de manera que prefiere traicionar sus propios principios o esconderlos debajo de una piedra, con tal de ser aceptado en un grupo de personas.

  1. Personalidad “Barbie”

La persona plástica que le pides que haga algo y está pensando en que se va a despeinar, que va a hacer calor, se va a ensuciar o que va a apestar. Cuando va a alguna labor social en algún lugar muy pobre, es fácil de reconocer, pues anda de puntitas en el lodo para que no se le ensucien los zapatos, y si a esto se le suma tomar el respectivo selfie para que vean que está haciendo obra social, pues entonces habría que revisar el punto 3. En el fondo no conoce que Cristo está de manera privilegiada en los más pobres, en el que sufre y en el marginado.

  1. Engreído

El típico blandengue, acostumbrado a que todo se lo dejen ya hecho. Acostumbrado a dejarse llevar por sus gustos y caprichos. La frase que se repite en su cabeza es: “Sé que no me hace feliz, pero me gusta”.

Es el que responde, siempre y cuando no le cueste o se lo hagan todo. Nunca quiere dar el primer paso en nada, y si lo da después se arrepiente porque cuesta mantenerlo. Busca constantemente una vida cristiana que se acople a sus caprichos.

  1. El fariseo

Su dedo está listo para apuntar el pecado en los demás. Conoce al pie de la letra todas las normas eclesiásticas, doctrinales y civiles, y cual inquisidor del Estado y de la Iglesia anda buscando qué regla se ha quebrado o qué norma no se ha seguido. A este tipo de personas se les dificulta una relación natural con Jesucristo, pues no logran verlo en el prójimo y su obsesión por la Ley les dificulta la experiencia del espíritu.

Ciertamente todos en algún momento habremos caído en alguna o varias de estas actitudes, sin embargo la idea es que sepamos identificarlas, no en los demás sino en nosotros mismos, de manera que podamos ser instrumentos más útiles a la gracia de Dios y a la vez seamos un consuelo en vez de un peso, para quienes nos rodean. Hemos de recordar que si somos bautizados estamos llamados a vivir y compartir la fe, y esto requiere que estemos a la altura de la misión.

“(…) Este tesoro recibido de los apóstoles ha sido guardado fielmente por sus sucesores. Todos los fieles de Cristo son llamados a transmitirlo de generación en generación, anunciando la fe, viviéndola en la comunión fraterna y celebrándola en la liturgia y en la oración.”[1]
 

[1] Catecismo de la Iglesia Católica, 3

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