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  • Foto del escritorSteven Neira

Mi postura sobre el papa

Hace 17 años me convertí al catolicismo después de un largo proceso de derrota intelectual, entre el protestantismo y la dura racionalidad de la historia. Me convertí, no siguiendo amistades o movido por emociones del momento, sino porque el catolicismo, aunque ocupaba los primeros lugares en mi lista de cosas que detestaba, tenía histórica y bíblicamente todas las credenciales para ser reconocido como la Iglesia fundada por Jesucristo. Hago esta introducción, porque quisiera que quede claro que mi conversión fue por una profunda convicción racional, precedida por la gracia de Dios sin duda alguna, pero jamás influido por falacias o cuestiones circunstanciales, y menos aun por seguir a alguna persona en particular. Desde entonces, mi pasión por la lectura se enfocó en los Padres de la Iglesia, la filosofía, la apologética y todas las ramas de la teología en general.


He vivido tres pontificados en mi corta vida: san Juan Pablo II (a quien pude disfrutar poco y nada), Benedicto XVI que fue prácticamente quien me acompañó en la mayor parte de mi vida cristiana y ahora el de Francisco. Y aunque he vivido tres, por la Historia de la Iglesia, siento que he vivido cientos de pontificados, muy buenos y santos como los de León XIII o San Pío X como terribles y desastrosos como los de Esteban VI o Julio III. Así es, ha habido pésimos papas a lo largo de la historia, y esto no debería quitarle un gramo de fe a nadie, porque nuestra esperanza descansa en Cristo que es la Cabeza de la Iglesia y por quien la Iglesia prevalecerá ante las puertas del infierno (Mt 16, 18)

He visto necesario escribir esto, porque el contexto de la actual crisis de la Iglesia ha llevado a muchos católicos a adoptar posturas singulares respecto del papa, de ciertas afirmaciones ambiguas, de ciertos gestos o actos controversiales e incluso de ciertas posturas que son abiertamente contrarias a la doctrina milenaria de la Iglesia. Algunos prefieren mantenerse al margen, otros insisten en el esfuerzo titánico de “interpretar” las palabras y los gestos de tal manera que no suenen como suenan o no digan lo que dicen, y luego, están quienes deciden enfrentar el asunto con objetividad, denunciando lo que confunde o rechazando lo que está errado. Cada uno actuará de acuerdo a lo que en consciencia considere que Dios le pide y que más vaya en consonancia con su misión particular.


Antes de identificarme en el tercer grupo, estuve casi cuatro años en el segundo (los primeros cuatro años del pontificado de Francisco), tratando de siempre hacer malabares argumentativos para justificar o acomodar lo que a todas luces no se leía o se escuchaba bien, o al menos no con la claridad católica a la que se nos tenía acostumbrados. Incluso la controversia del capítulo VIII de Amoris Lætitia traté de interpretarla en consonancia con el Magisterio, a pesar de que días después el mismo papa se adhirió a la interpretación herética de los obispos argentinos respecto de comulgar en estado de adulterio. Sin embargo, el momentum en que decidí dejar de comprometer mi fidelidad a la verdad fue en el 2019, cuando la estatuilla de la Pachamama fue objeto de controversia, al haberse organizado un culto idolátrico en los mismísimos Jardines Vaticanos y frente al papa, para luego ser llevada frente al altar de San Pedro y finalmente en procesión hasta el Aula Sinodal. Esto -hasta el día de hoy- fue para mí inexcusable e insalvable.


Lo que me sorprende de esto, es que muchos católicos se resisten a hacer uso del aparato crítico para decir las cosas como son, porque hay una especie de obsesión por querer salvar la institucionalidad, como si por los errores del papa la Iglesia se habría de venir abajo, y este tipo de actitudes en muchos casos rayan en la papolatría, de pretender que todos los dichos y hechos del papa vienen cubiertos por una especie de infalibilidad o un halo de santidad, denotando así el grado tan pobre de catequesis al que hemos llegado a nivel universal, creyendo y sosteniendo cosas que la Iglesia nunca ha enseñado. Y me sorprende, porque si el día de mañana tenemos otro Alejandro VI metiendo prostitutas al Vaticano, no sé si estos hermanos católicos habrán de encajarlo con el Magisterio o se esconderán detrás del “solo Dios juzga” porque tienen una concepción equivocada del papado.

Si en plena época de racionalismo y cientificismo el Concilio Vaticano I tuvo que proclamar el dogma de la infalibilidad papal, hoy en momentos de crisis por un pontificado desastroso y que gobierna la Iglesia apunta de motu proprios es necesario recordar aquellas palabras de san Roberto Belarmino en su obra De Romano Pontifice, libro II, cap. 29: “Así como es lícito resistir al Pontífice que agrede al cuerpo, así también es lícito resistir a aquel que agrede a las almas o destruye el orden civil o, sobre todo, trata de destruir la Iglesia. Digo que es lícito resistirle no haciendo lo que ordena e impidiendo la ejecución de su voluntad. No es lícito, sin embargo, juzgarlo, castigarlo o deponerlo”.


No soy sedevacantista, no soy lefebvrista y tampoco “odio” al papa. Rezo por el en mi rosario diario, reconozco que es el sucesor n°266 del Apóstol san Pedro y es el Vicario de Cristo, pero soy católico, y considero que sus posturas personales y su ideología no son compatibles con la doctrina católica en muchas ocasiones, de hecho, en la mayoría, causando escándalo y confusión en los fieles. Y esta situación ha empeorado visiblemente, a raíz de la muerte de Benedicto XVI. Esto sin mencionar, la obsesión inexplicable que tiene contra el tesoro invaluable de la Tradición de la Iglesia, particularmente la misa tradicional… de esto, y de cada situación escandalosa hay tanta tela que cortar, pero se escapa a la finalidad de este escrito.


Quienes quieran seguir intentando el método de la “interpretación” están en todo su derecho, pero no pretendan tildarnos de “estar en contra del papa”, “atentar contra la unidad”, etc., a quienes tan solo señalamos que el rey va desnudo, porque a estas alturas es bastante evidente.

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