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  • Foto del escritorSteven Neira

Los profetas de la muerte de la Iglesia

Los católicos sabrán que no les hablaré de algo que desconocen. Sabemos que hay una promesa divina de que las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia (Mt 16, 19) y que Jesús estará con nosotros hasta el final de los tiempos (Mt 28, 1). Sin embargo, quienes desconocen esta promesa o sencillamente creen que las Escrituras son una mera recopilación de mentiras o mitología arcaica, no lo tienen tan claro.


Últimamente se ha desempolvado el argumento de que, debido al acceso a la información y el avance de la ciencia , la Iglesia irá perdiendo cada vez más adeptos al punto de extinguirse. Y esto les alimenta de la malsana esperanza de que se acabe la religión, de que el hombre deje de buscar a Dios, en otras palabras, de que el hombre deje de ser en esencia lo que es: un ser religioso.


La soberbia humana


Hubo un filósofo del siglo XIX llamado Comte, que estaba segurísimo de que la ciencia reemplazaría a la religión. De hecho, planteaba rendirle culto al método científico, luego, reemplazaría a los sacerdotes por los científicos. Comte estaba tan convencido de su “misión mesiánica” que hasta se autoproclamó “pontífice” de esta nueva religión de la humanidad. Sin embargo, 162 años han pasado después de su muerte, y aquí sigue la Iglesia, y el papa sigue siendo un sucesor de san Pedro, tal vez con un conocimiento general del método científico, pero definitivamente no es sucesor de Comte.


No fue la única vez que alguien pretendió sustituir a la religión, pues ya en el siglo XX Nietzsche proclamó la “muerte de Dios” y planteó que el superhombre habría de sustituir a la fe católica particularmente, sin embargo 119 años han pasado desde la muerte de Nietzsche, y no ha muerto ni Dios ni la Iglesia.


Más aún, Gamaliel, un rabino contemporáneo de san Pedro y san Pablo, dijo ante el Sanedrín que buscaba acabar con la Iglesia primitiva: “desentendeos de estos hombres y dejadlos. Porque si esta idea o esta obra es de los hombres, se destruirá; pero si es de Dios, no conseguiréis destruirles. No sea que os encontréis luchando contra Dios.” (Hch 5, 38-39) Sin embargo, han pasado 1957 años, y aquella “idea” ha terminado prevaleciendo a toda Jerusalén, al Imperio Romano, a todas las Guerras Mundiales y particulares, a la masonería, el nazismo, el comunismo, las herejías y a toda ideología perversa.


¡Créanme! La ideología de género y el feminismo de izquierdas no serán la excepción.


Los necios de hoy

Ciertamente aún hay quienes se aferran a la creencia ingenua de que la ciencia podrá explicarlo todo algún día, sin embargo, el problema de hoy no es ese. Hoy estamos ante ciertos grupos a los que les asustan los argumentos racionales, debaten utilizando el sentimiento como arma dialéctica y, además, tienen como fuente de información History Channel y YouTube, puesto que, en materia estricta de sentarse, abrir un libro y leerlo, las estadísticas son abrumadoramente bajas. Sin contar que, esa estadística se reparte entre libros de autoayuda, amor y ficción.


Este es el perfil de los que hoy luchan contra Dios y su Iglesia. Los “profetas” que hoy nos anuncian –nuevamente– la muerte de Dios y el fin de la Iglesia. Y lo hacen con un tono que genera compasión, pues muchos realmente creen estar diciendo algo nuevo, esto por falta de conocimiento histórico, por ceguera ideológica o por ambas. Digo que genera compasión, porque parecieran creer que los abusos sexuales del clero, la miseria humana que genera el pésimo testimonio de los laicos o la sed de dinero y poder de algunas autoridades eclesiásticas, son un "signo claro" de que la Iglesia llegará a su fin. Si supieran que hemos tenido tiempos peores, si supieran que en cada tiempo de decadencia hay un renacimiento inmediato, si conocieran que donde abundó el pecado sobreabundo la gracia (Ro 5, 20)

Los que hoy pretenden hacerle “frente” al cristianismo, gritan mucho, se desnudan, les gusta hacer teatro, llamar la atención y victimizarse. Frente a eso, no temamos jamás. La verdad está de nuestro lado, y no debemos escatimar esfuerzos en mostrarla como tal.

Hoy, frente al relativismo se necesita claridad, frente a la tolerancia del error se necesita intransigencia, pero por sobre todas las cosas, se necesita santidad. Que no significa pacifismo ni mucho menos ecumenismos que terminen en claudicación ante el error o el pecado.

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