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Foto del escritorSteven Neira

Libros de autoayuda, Gracia y pelagianismo

Actualmente vivimos la obsesión por la “fuerza interior” y la “auto-ayuda”, o al menos así lo demuestran los best-sellers dedicados a introducirnos dos palabras en nuestra mente a fuerza de martillo: TU PUEDES. Sin embargo, estos postulados si no están apoyados en la fe cristiana, terminan siendo un mensaje vacío que no ofrece una solución real e integral a la persona, por dos sencillas razones:

  1. Ningún libro de auto-ayuda termina dando una solución real, sino una respuesta general basada en capacidades humanas y “percepciones subjetivas” de la realidad. Es decir, criterios optimistas que al final pueden incluso llevar al aislamiento de la situación real en sí misma.

  2. Ofrecen una especie de sincretismo religioso, en donde, o se basan en una “fuerza invisible e interior” que debe ser encontrada, o en un dios desconocido y sin nombre, para no herir susceptibilidades religiosas. Pero definitivamente no refieren al Dios del Antiguo Testamento que se encarnó en Jesucristo, y si lo hacen, es mezclándolo con ideas completamente ajenas al Cristianismo o de corrientes orientalistas, que es lo que está de moda.

Estos libros brindan al hombre un criterio incompleto de autorrealización y felicidad, en donde se convence a la gente – equivocadamente – de que pueden alcanzar la felicidad “ayudándose a sí mismos”, que a fin de cuentas es lo que significa la auto-ayuda. Aquí el verdadero peligro no es necesariamente el engaño, sino la cantidad de criterios gnósticos[1] que vienen incluidos en el pack de autorrealización que ofrece el gurú de turno.

Por otro lado, como católicos vale la pena recordar que nuestra fuerza reside en la gracia de Dios, en función de la cual cooperamos con nuestro esfuerzo para alcanzar aquellas virtudes que nos abren camino a la felicidad auténtica. Ya en el siglo V el Cristianismo fue minado en sus bases por una herejía llamada pelagianismo.

¿QUÉ ES EL PELAGIANISMO?

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Una herejía sostenida y defendida por un monje católico llamado Pelagio. Este señor sostenía la capacidad natural del hombre para conseguir la salvación; bastaba para ello el uso de la razón y de la libertad sin la intervención sobrenatural de Dios; negaba, al mismo tiempo la sustancia y las consecuencias del pecado original, la absoluta necesidad de la gracia para realizar obras sobrenaturales. El pecado original, en el sentido en que lo entendía la Iglesia, no existía para Pelagio; el hombre, en efecto, nace sin ninguna mancha original, con la perfecta integridad de naturaleza semejante a aquella con que salió Adán de las manos del Creador; el pecado del primer hombre no acarreó ningún perjuicio o daño ni trajo consecuencia alguna para la posteridad; eso sí, fue un mal ejemplo, y en tanto puede hablarse de pecado original en cuanto los hombres pecan a semejanza de Adán. Por consiguiente: ni el bautismo es de absoluta necesidad para la vida eterna – se requiere sólo para poder formar parte de la Iglesia – ni la gracia es necesaria para las obras sobrenaturales, ni la Redención, siquiera, puede ser considerada como un rescate. La gracia es, solamente, una iluminación interior; no actúa sobre nuestra voluntad y no transforma nuestra alma; la Redención es, sin más, un reclamo, una invitación a una vida superior, pero permanece siempre exterior a nosotros, no crea nada dentro de nosotros.

Sin embargo, esta herejía fue condenada por la Iglesia ya desde sus mismas raíces:

“Nadie, ni aun después de haber sido renovado por la gracia del bautismo, es capaz de superar las asechanzas del diablo y vencer las concupiscencias de la carne, si no recibiere la perseverancia en la buena conducta por la diaria ayuda de Dios. Lo cual está confirmado por la doctrina del mismo obispo en las mismas páginas, cuando dice: “Porque si bien Él redimió al hombre de los pecados pasados; sabiendo, sin embargo, que podía nuevamente pecar, muchas cosas se reservó para repararle, de modo que aun después de estos pecados pudiera corregirle, dándole diariamente remedios, sin cuya ayuda y apoyo, no podremos en modo alguno vencer los humanos errores. Forzoso es, en efecto, que, si con su auxilio vencemos, si Él no nos ayuda, seamos derrotados”[2].

¿Y QUÉ COSA ES LA GRACIA?

La gracia es el regalo de la vida divina y la ayuda que nos da Dios para que experimentemos esa vida. Es como la electricidad que necesitan tantos aparatos para poder funcionar. Todos estamos llamados a conocer y amar a Dios, para así vivir la vida y comunión de la Trinidad, pero nos es imposible lograr esto por nuestras propias fuerzas, en otras palabras, dependemos de la ayuda de Dios. A través de la gracia, Dios nos provee de la ayuda y el poder que necesitamos. Sin él, somos como una cafetera tratando de hacer café sin estar conectados a la electricidad. No importa cuánto intentemos, no podremos a menos que estemos conectados a la fuente de poder.

¿PARA QUÉ LA NECESITO?

“Nuestra justificación es obra de la gracia de Dios. La gracia es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios, hijos adoptivos, partícipes de la naturaleza divina, de la vida eterna”[3]

El dato más importante que no podemos olvidar cada vez que hablamos de la gracia, es que estamos llamados a un fin sobrenatural. Es decir, no fuimos creados para cumplir un mero ciclo como los animales, sino que fuimos dotados de razón y voluntad para que podamos ser libres, y así libres, amar a Dios y ser felices en comunión con Él, primero en esta vida, para luego vivir la plena felicidad en la eternidad junto a la Trinidad… me disculparán, trato de sintetizar conceptos que a la Iglesia le han tomado siglos de discernimiento, Concilios, debates y martirios, para que los venga yo a poner en un párrafo ;).

Y bueno, ¿qué tiene esto que ver con la gracia? ¡Todo!… sencillamente porque no podemos vivir nada de esto por nuestras propias capacidades. No existe nada en nuestro interior (naturalmente hablando) que nos haga capaces de introducirnos a la vida de la Trinidad. Aunque es verdad aquello de que tenemos un deseo natural de Dios, ese deseo no puede ser satisfecho por nuestro mero esfuerzo. No podemos elevarnos por nosotros mismos para compartir la vida divina de Dios, sino que debemos ser elevados a través de la GRACIA. El propósito de nuestras vidas está en hacer algo que no podemos lograr por nuestras propias fuerzas y capacidades, y esto señores, nos hace completamente dependientes del auxilio de Dios. La gracia nos asiste y nos permite arrepentirnos, tener fe, y vivir de acuerdo a las demandas del Evangelio.

EL OTRO EXTREMO: LA “SOLA GRATIA”

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Otra herejía que nos vino propiamente después de la pseudo-reforma protestante, en donde Martín Lutero (fundador del protestantismo) plantea que no hay absolutamente nada que el hombre pueda hacer bien, más aún, que las obras no son necesarias para la salvación, sino que el hombre será salvado sólo y únicamente por la gracia de Dios, sin ninguna participación por parte del hombre. Sin embargo, como católicos comprendemos la importancia de las obras, que son a fin de cuentas las que reflejan nuestra fe, que de lo contrario sería una fe muerta como nos lo explica el apóstol Santiago[4]. Esa gracia que recibimos de parte de Dios, requiere de nuestra aceptación y cooperación libre y voluntaria.

CONCLUSIÓN

En otras palabras, ni hemos de alcanzar la salvación por nuestras propias fuerzas solamente (pelagianismo), ni hemos de alcanzarla en una especie de quietismo pasivo, sin cooperar con dicha gracia (sola gratia). El Señor nos ha llamado a cooperar con esa gracia, de manera que hagamos uso de nuestra razón y libertad para ordenarnos hacia lo que Dios quiere de nosotros, de esa manera, Dios envía su auxilio – su gracia – para que aquellas obras lleguen a buen término y surjan frutos abundantes para nuestra salvación.

En cuanto a los libros de auto-ayuda ni los condeno, ni los recomiendo. Sencillamente, considero que como católicos tenemos tanta riqueza literaria a nivel de crecimiento espiritual, que sería una pena y una verdadera pérdida de tiempo ir a buscar opiniones y caminos “alternativos”, cuando muchas veces los autores de dichos libros, al investigar su vida, desdicen mucho de su coherencia con el “camino iluminador” que plantean. A diferencia – evidentemente – de los miles de santos que han vivido el camino que plantean, con un grado de virtud heroica, es decir, saben de lo que hablan porque lo han experimentado en su propia vida.

 

[1] Doctrina religiosa esotérica y herética que se desarrolló durante los primeros siglos del cristianismo y que prometía a sus seguidores conseguir un conocimiento intuitivo, misterioso y secreto de las cosas divinas que les conduciría a la salvación.

[2] Concilio de Éfeso (431). Cap. 3 de los añadidos por los colectores de cánones.

[3] Catecismo de la Iglesia Católica, 1996

[4] Santiago 2, 26

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