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Foto del escritorSteven Neira

Jesucristo es Dios: Segundo round

En respuesta a ciertos aspectos que al parecer no quedaron tan claros en el primer artículo con respecto a la divinidad de Jesucristo, les traigo esta segunda entrega, pero antes de entrar en materia, les comento que hace unas semanas sucedió algo interesante… una persona me puso en duda la existencia histórica de Jesucristo. No, no han leído mal, LA PUSO EN DUDA. No sabía si reírme o llorar. De manera que, antes de abordar el tema de la divinidad, quisiera rápidamente tocar este tema.

SI JESUCRISTO NO EXISTIÓ…

Pues entonces nada, tampoco existió Julio Cesar, Sócrates, Gengis Khan o Cristóbal Colón. Y es que los Evangelios, y la Biblia en general, es el libro mejor documentado de toda la historia de la humanidad.

“De las obras cumbres de la literatura clásica, de la Iliada y la Odisea de Homero, así como algunas obras de Aristóteles y Platón, que son de las que más manuscritos poseemos, en ningún caso llegan al millar de copias; es más, sólo se conservan unas pocas decenas, y en su mayor parte, de épocas muy tardías (entre los siglos X y XV). En cambio, de la Biblia conservamos unos 6.000 manuscritos en las lenguas originales (hebreo y griego), y unos 40.000 manuscritos en antiquísimas versiones (copto, latín, armenio, arameo, etc)[1].

En otras palabras, decir que Jesucristo no existió, no es un atentado contra la ortodoxia o contra el Magisterio de la Iglesia Católica: es un atentado contra la ciencia y la historia. Los católicos no nos enojamos – nos morimos de risa eso sí de seguro –, pero puede que los historiadores sí se indignen hasta la médula.

A LO QUE VINIMOS…


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Ningún líder religioso (de trascendencia) ha proclamado ser Dios. Buddha, Mohammed, el Dalai Lama, Confucio, Joseph Smith, etc. Todos han declarado que han tenido una “visión divina”, o que han sido llamados por Él, pero ninguno ha reclamado ser igualado a Dios (como lo hizo Jesús), y ninguno lo ha fundamentado con milagros como la Resurrección (como también lo hizo Jesús).

Dada la vida que llevó Jesús y las palabras que dijo, puede ser llamado muchas cosas, pero meramente un “maestro” o un “filósofo moral”, definitivamente no. Cristo no vino de una metrópolis, sino de un pequeño pueblo (Nazaret) tan insignificante, que ni siquiera se lo menciona en el Antiguo Testamento. Él no fue criado como Rabbí (maestro), sin embargo tenía un intelecto asombroso que dejaba a los eruditos de su época boquiabiertos. Hablaba con la autoridad del Cielo y no como quien cita “a otro” que tiene autoridad. La gente presenció eventos celestiales y sobrenaturales a su alrededor (el Bautismo en el Jordán y la Transfiguración en el Tabor, por mencionar sólo dos). Hizo obras – registradas en fuentes distintas a los Evangelios y por historiadores como Julio Josefo – que nadie ha podido replicar o explicar. Ha habido cientos de miles de crucificados en el mundo antiguo, pero seguimos hablando solamente de uno. Dada la naturaleza de estas evidencias extraordinarias, es completamente ilógico reducir a Jesús de Nazaret tan sólo al título de “maestro”.

Como lo decía el gran autor británico C.S. Lewis:

“Intento con esto impedir que alguien diga la auténtica estupidez que algunos dicen acerca de Él: «Estoy dispuesto a aceptar a Jesús como un gran maestro moral, pero no acepto su afirmación de que era Dios.» Eso es precisamente lo que no debemos decir. Un hombre que fue meramente un hombre y que dijo las cosas que dijo Jesús no sería un gran maestro moral. Sería un lunático -en el mismo nivel del hombre que dice ser un huevo escalfado— o si no sería el mismísimo demonio. Tenéis que escoger. O ese hombre era, y es, el Hijo de Dios, o era un loco o algo mucho peor. Podéis hacerle callar por necio, podéis escupirle y matarle como si fuese un demonio, o podéis caer a sus pies y llamarlos Dios y Señor. Pero no salgamos ahora con insensateces paternalistas acerca de que fue un gran maestro moral. Él no nos dejó abierta esa posibilidad. No quiso hacerlo.”[2]

La posición de Lewis nos da un contexto bastante interesante para probar la divinidad de Cristo. Jesús era quien decía ser, el Hijo de Dios, o estaba mintiendo o no era Dios pero creía serlo (lo que lo convierte en un lunático). A continuación profundizaré un poco las “opciones” de Lewis…

¿FUE UN MENTIROSO?

Algunos dicen que las expresiones de Jesús con respecto a su divinidad eran falsas, y que Él sabía que eran falsas además, lo que convertiría a Cristo en un verdadero y auténtico mentiroso. Más aún, ya que muchas de sus enseñanzas eran con respecto a Él mismo, Su identidad y los deseos de Dios, no se podría decir que era meramente un “falso maestro” sino – peor aún – que era malvado. Dado que, si Jesús no era Dios, sus enseñanzas llevarían a un sinnúmero de almas – muchas de ellas muy religiosas y devotas – lejos del único Dios verdadero, y por ende directo al infierno. Si Jesucristo estaba mintiendo intencionalmente y engañando a la gente, pues entonces era el peor maestro que haya caminado en la tierra. Esta precisión la hago, dedicándola a aquellos que niegan la divinidad de Cristo, pero mantienen la opinión de que fue sólo un “gran maestro” o un “gran hombre”. ¡Seamos coherentes con lo que pensamos!, si vamos a negar algo, neguémoslo por completo o admitamos la ignorancia, pero no se puede bailar con Dios y con el diablo.

¿FUEN UN LUNÁTICO?

He escuchado el argumento de que Jesús “creía” ser Dios porque padecía de delirios, y que por tanto, no era realmente Dios, sino que creía – debido a sus delirios – que lo era. Señores, si entramos al campo de mi carrera (psicología), pues entonces debo decirles que conozco y entiendo lo que implica el delirio como un trastorno cualitativo de la consciencia… sin embargo, esta “visión” de Cristo es completamente contradictoria a lo que registran los Evangelios. ¿Cómo puede un lunático hablar con tanta claridad y autoridad? ¿Cómo podría un trastornado desarrollar y mantener un seguimiento tan leal de las personas, incluso después de su muerte?¿Cómo podría una persona que padece de delirios, debatir como Él lo hizo, y ofrecer palabras tan sublimes durante momentos de persecución y sufrimiento? Finalmente, si en realidad era un lunático, ¿por qué Sus apóstoles y demás discípulos continuaron siguiéndolo y expandiendo la noticia de Su Resurrección, dado que – de ser así que era un lunático – habría muerto y probado así que no fue nada más que un hombre, muerto además?

¿ERA EL SEÑOR?

Esto nos deja con la verdad de que Jesucristo era quien decía ser; Él es el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Hizo milagros que nadie pude explicar y que nadie más ha podido hacer. Cumplió todas las profecías del Antiguo Testamento con respecto al Mesías que habría de venir, a pesar de que las profecías fueron hechas cientos de años antes y fuera de su control (por ejemplo, el nacimiento por medio de una Virgen, el lugar en que nació, Su árbol familiar, etc.). Profetizó Su propia muerte y Resurrección.

FINALMENTE…

Considero que para poder formarse una opinión objetiva sobre un asunto, ocupa mucho que nosotros seamos sensatos y sinceros con nosotros mismos. La realidad objetiva y la verdad de las cosas, no se fundamenta en “mi experiencia personal”, es decir, si estoy resentido con la Iglesia o con Dios, no hace que la opinión de “Dios no existe” o “Jesucristo no existió” sea más verdadera. Tan solo te convierte en un ignorante resentido. Las opiniones, certezas y verdades se fundamentan en el estudio, la investigación seria y en última instancia el amor a la Verdad.

Finalmente, no dediqué un subtítulo a los que tratan de comprobar la existencia de Dios a través del Método Científico, primero porque me ocuparía otro artículo – ya que el tema sería otro – y segundo porque el intento de probar la existencia de Dios (o en última instancia de negarla) de esa manera es francamente ridículo y absurdo, fruto de un Cientificismo decadente, que no termina de comprender que no toda la realidad puede ser explicada a través de las cuatro fuerzas de la materia.

Más allá de los puntos profundizados en este artículo, uno debe ver la historia, crecimiento y atemporalidad de la Cristiandad. Siglo tras siglo el mal se ha elevado para tratar de hacer desaparecer el Cristianismo, y en todas las veces ha fallado. La Iglesia ha perdido una que otra batalla pero finalmente ganará la guerra, tal como lo prometió Cristo[3].

 

[1] Estudio preliminar de los Evangelios, editado por EUNSA

[2] C.S. Lewis, Mero Cristianismo, pág. 25

[3] Mateo 16, 18

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