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Foto del escritorSteven Neira

Apología del pecado original

El pecado es propiamente una realidad que probablemente muchos entiendan, pero pocos sepan explicar. Quien ha crecido y vivido toda su vida dentro del Cristianismo, puede tener una idea de que el pecado es “hacer aquello que es malo” o “no hacer lo que Dios quiere que hagamos”. Realmente no habría ningún error con estas definiciones. El pecado es ciertamente hacer algo malo y contrario a lo que Dios quiere, pero es también mucho más que eso. Si lo vemos a profundidad, podremos entender qué es tan malo y porqué Dios no quiere que lo hagamos.

El misterio de la libertad

“La libertad es el poder de obrar o de no obrar y de ejecutar así, por sí mismo, acciones deliberadas. La libertad alcanza su perfección, cuando está ordenada a Dios, el supremo Bien.”[1]

Debemos recordar que Dios nos creó para que compartamos Su vida divina, en otras palabras, para que experimentemos el amor y la bondad de la Trinidad. Quiere decir que todo lo que hagamos debería dirigirse hacia esa dirección. Pero hay un pequeñísimo detalle: Dios nos ha hecho libres. Él no fuerza Su amor sobre nosotros, sino que nos invita a relacionarnos con El. Dios nos hace libres, sin embargo tendemos a pensar que “ser libre” significa “hacer lo que me da la gana”…

Las personas que tienden a ver la libertad de esta manera, suelen tener una idea de la fe católica como “llena de reglas y restricciones, sobre aquello que no se nos está permitido hacer”. Sin embargo, nada está más lejos de la realidad. Se nos ha dado la libertad para que podamos aceptar libremente la invitación de Dios a conocerlo y amarlo. Esto quiere decir que nuestra libertad habrá tenido un correcto uso en tanto haya abrazado libremente aquello que es bueno y verdadero.

Las Leyes de Dios…

Las leyes y los Mandamientos de Dios no se nos han dado para que fuésemos miserables, sino para protegernos de utilizar nuestra libertad en la dirección incorrecta… sin que esto signifique que no podamos por ello hacer lo que nos da la gana (que de hecho así solemos hacerlo muchas veces). Pondré un ejemplo más claro del asunto: es como un manual para armar una bicicleta. Somos libres de seguir o no las instrucciones del manual para armar la bicicleta, pero sea de la manera que sea, el propósito de las instrucciones no es restringir nuestra libertad, sino el de guiarnos correctamente en el ensamblaje de la bicicleta. Cuando seguimos las instrucciones, sabemos que estamos yendo en la dirección correcta. ¡Listo! Sucede exactamente lo mismo con las leyes y Mandamientos de Dios. Nos los da, no para restringir nuestra libertad, sino para ayudarnos a utilizar dicha libertad de la manera en que fue pensada se utilizase, es decir, para buscar aquello que es bueno.

¿Qué tiene todo esto que ver con el pecado?

¡Sencillo! El pecado es un uso desordenado de nuestra libertad.  Cuando pecamos, utilizamos nuestra libertad de una forma para la cual nunca estuvo pensada. En otras palabras – y aquí podremos empezar a entender el “qué” – no es malo sólo porque Dios así lo dice; el pecado es malo porque implica un uso de nuestra libertad que, en vez de acercarnos al propósito de nuestra vida, nos aleja de él.

Más aún, el pecado hiere a la caridad. Ahora, desafortunadamente muchas personas entienden por “caridad” tan sólo el hecho de dar dinero o trabajar en algún servicio solidario. Ciertamente, estas son cosas muy buenas y de hecho el Evangelio las ordena, sin embargo en cuanto a este tema, por “caridad” entendemos la virtud de la caridad, que no es otra cosa que nuestra capacidad para amar… Piénsenlo por un momento, el pecado arremete y daña nuestra capacidad de amar. Así que, a la pregunta de “¿qué tiene de malo?”, la respuesta es TODO, tiene todo de malo…

El pecado original

Cuando Dios creó a Adán y Eva, los colocó en un Jardín y les dijo que podían comer de cualquiera de los árboles… menos de uno. Dios les ordenó que no comiesen del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, y les advirtió que si comieren de ese árbol morirían sin remedio. Eran libres de comer del resto de árboles, pero el Árbol de la Ciencia estaba fuera de los límites. Francamente, todo lo que tenían que hacer era obedecer una única orden y todo estaría bien… Todo iba muy bien, hasta que la serpiente trató de convencer a Eva de que no moriría si comía del Árbol.

Todos sabemos cómo termina la historia y no pretendo contárselas nuevamente, pero si la revisamos en la Biblia[2], podremos fijarnos de un detalle interesante… Eva, momentos antes de comer del fruto prohibido – y desgraciarse ella, a Adán y a nosotros –, dicen las Escrituras que Eva vio que el árbol era apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, de lo que podemos deducir algo importante. A pesar de que no sabemos exactamente lo que pasaba por la mente de Eva, pudo haber pensado fácilmente – mientras veía el árbol – “éste es un buen árbol”, de lo que pudo llegar a concluir que talvez “Dios no quiere cosas buenas para mí”, “Dios no me ama”, “Dios quiere ocultarme las cosas buenas”

Como dije antes… es ésta tendencia a pensar que las Leyes de Dios tienen como propósito hacernos miserables, alejarnos de la felicidad, o “arruinarnos” la diversión porque el pecado, por momentos, puede parecer “bueno”. De manera que empezamos a dudar de si los Mandamientos de Dios son realmente lo mejor para nosotros. Lo único que pidió Dios a Adán y Eva fue la confianza. Sin embargo, lejos de confiar, desobedecieron e hicieron un mal uso de su libertad.

¿Qué tiene que ver el pecado original con nosotros?

Adán y Eva pecaron ¿y entonces? Bueno, recordemos la advertencia que Dios les había dado. Si comían del árbol morirían. Ciertamente Adán y Eva no cayeron muertos en ese mismo instante, pero Dios sí se refería a una muerte física. Más significante aún que su muerte física, está el hecho de que Dios no les permitiría volver a comer del Árbol de la Vida (uno de los árboles de los cuales podían comer, y que representaba la vida eterna que Dios quería compartir con ellos). ¡Esto es grave! Habiéndoles prohibido comer del Árbol de la Vida, ya no participarían más de la vida de Dios. Es decir, estaban espiritualmente muertos. Y como si esto no fuese lo suficientemente malo, este pecado afectó el estado de toda la humanidad; todos los descendientes de Adán y Eva hemos heredado esta condición de estar espiritualmente muertos, separados de Dios y sin acceso a la vida eterna. Este estado es lo que la Iglesia llama el pecado original.

Objeciones

Como todo en la vida – y especialmente en la vida de fe – siempre habrá objeciones de la gente con respecto a un tema, por lo que habría que abarcar los más comunes:

  1. “Pero yo no hice nada, ni siquiera estuve allí”

Se entiende que no estuvimos allí. Ya es de por sí bastante ilógico pensar que la Iglesia proclama esta verdad pensando que nosotros lo hemos cometido. El hecho de estar espiritualmente muertos por el pecado original, se debe a la pérdida de la gracia santificante. El pecado original NO es un pecado personal que tú y yo hemos cometido; es una condición en la que nos encontramos, la condición de estar sin la gracia que Dios nos dio para compartir Su vida divina. (Esta es la razón por la cual a este pecado se le llama “la caída”. A través de este pecado, cayeron del estado elevado en que Dios los puso por Su gracia.

Como resultado del pecado de nuestros primeros padres, hemos heredado una naturaleza humana manchada por el pecado original, por lo que estamos en necesidad de ser salvados y devueltos a la comunión con Dios. Gracias a Dios, nuestro Padre no se rindió con nosotros. Envió a Su Único Hijo para redimirnos y devolvernos al Árbol de la Vida para que podamos, una vez más, vivir la vida eterna que pensó para nosotros desde el principio.

  1. “El pecado original es una creencia de antes… ya no es verdad”

Me tocó escuchar esta afirmación en algún momento, y fue por parte de un católico – para mayor desgracia –, seguramente no estaba pensando muy bien lo que decía. Sin embargo, para que no quede duda alguna, la realidad del pecado original es dogma de fe[3]. Quiere decir que para todo católico es obligatorio adherirse a esta verdad. Y no, un dogma no “cambia con el tiempo”.

  1. “El Bautismo nos borra ese pecado, ¿cómo es que aún lo tengo?”

Ciertamente, el pecado original queda borrado con el Sacramento del Bautismo, sin embargo nuestra naturaleza queda herida por dicho pecado. De esta manera lo explica claramente el Catecismo:

“(…) El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve al hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual.”[4]

Conclusión

He tratado de abarcar de manera general lo esencial sobre esta verdad de fe, sin embargo siempre cabe recalcar que no basta un solo artículo para acabar el tema. Siéntanse en toda la libertad de enviar preguntas de manera que pueda darse un segundo artículo de ser necesario. Por lo demás, es importante que como católicos tengamos muy claro este dogma, por cuanto es parte esencial de la Historia de la Salvación, es decir, sin el pecado original, la venida de Cristo no habría tenido sentido alguno, y así nos lo recuerda aquél hermoso Himno que cantamos el Domingo de Resurrección, llamado el Pregón Pascual: “Feliz la culpa, que nos mereció tal Redentor”.

 

[1] Catecismo de la Iglesia Católica, 1744

[2] Gn. 3, 1-6

[3] Denzinger: Magisterio para la Iglesia, n° 787-792

[4] Catecismo de la Iglesia Católica, 405

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